Durante 30 años contribuyó desde distintas labores al desarrollo del Liceo Politécnico Andes y le tocó estar muy cerca de la realidad de sus alumnos. Hoy, cuando está dejando la institución que más satisfacción le ha dado en la vida, recuerda parte de ese aprendizaje.

Hay un aspecto que ha cruzado la vida profesional y personal de Marcos Flores, Inspector General del Liceo Politécnico Andes. “Mi hobby siempre ha sido estudiar”, recalca en más de una ocasión y esa constante le permitió construir una vida de desafíos permanentes que lo hicieron formar parte durante treinta años del proyecto educativo del Liceo Politécnico Los Andes, primero como orientador y profesor jefe y, desde 2010, como Inspector General, llenando así la pasión por la educación que ha corrido por sus venas desde muy joven.

“La verdad es que mi primer título fue de profesor de enseñanza básica y mientras realicé esa labor durante quince años seguí estudiando y obtuve la pedagogía en religión para enseñanza media, más tarde un postítulo en orientación y luego un magíster en educación porque necesitaba tener las bases necesarias para mi labor pedagógica. Fue a partir de esa circunstancia que me ofrecieron trabajar en el Instituto Politécnico en 1992”, recuerda.

Marcos tenía 35 años en ese tiempo y en las tres décadas de permanencia ha sido testigo del crecimiento y profundización del proyecto educativo para jóvenes de primero a cuarto medio en la comuna de Renca. “Cuando llegué era un edificio de un piso y la Fundación Duoc UC apostó por el desarrollo formativo del liceo. Entonces comenzamos a trabajar para desarrollar las distintas especialidades y hoy es un edificio de cuatro pisos que ha crecido acorde con la incorporación de las distintas especialidades”, añade.

 

Cercanía y apoyo a los alumnos

Marcos recuerda los primeros tiempos en orientación como un trabajo tremendamente arduo porque en esos tiempos no existía un equipo de psicólogos o psicopedagogos para velar por los estudiantes como ocurre hoy. “Era yo quien derivaba a los muchachos a un especialista cuando era necesario, los visitaba en sus casas cuando estaban enfermos y, en circunstancias más complejas –como la muerte de un familiar directo–, buscaba el modo de contenerlos y evitar que desistieran de la educación secundaria, derivando el caso al profesor jefe o al director”, recuerda.

Esa labor le permitió conocer de cerca la vida y las dificultades de muchos de los alumnos en sus entornos familiares, circunstancia que se enriqueció cuando, además de su labor como orientador, surgió la posibilidad de hacerse cargo de la actividad pastoral de manera voluntaria y, con la misma pasión y responsabilidad, levantó acciones como recolección de alimentos, misiones en zonas cercanas y apoyo a diversas instituciones.

De esa etapa recuerda muchos momentos dramáticos y emotivos. Uno de ellos ocurrió en el marco del apoyo que constantemente realizaban los estudiantes de cuarto medio en el Hogar San Ricardo en Batuco, que alberga a niños con trastornos neurológicos, en donde efectuaban labores de limpieza, mantenimiento de jardines y recolección de leña, entre otras tareas. “En una de las tantas visitas me acompañó el rector y quedó tan impresionado al ver a un grupo de muchachos del liceo alimentar por sonda a uno de los niños del hogar que estaba postrado en su cama, que no pudo contener las lágrimas”, relata y recuerda que muchas veces eran los propios alumnos quienes no podían contener su emoción. “A veces llevaba a los más desordenados y ellos se ponían a llorar al darse cuenta de las virtudes que tenían en comparación con el padecimiento de estos chicos. Siempre me impactaba recordar a esos muchachos grandes llorando tan impresionados”.  

 

Más que un fin, un nuevo comienzo

Marcos Flores termina en estos días su labor de 30 años en el Liceo Politécnicos Andes. En ese período siguió formándose hasta lograr dos grados de magíster, uno con mención en orientación y otro con mención en currículo y evaluación. Pero, por encima de todo ello, ha sido la satisfacción de contribuir a fortalecer la educación media técnico profesional la mayor riqueza acumulada en este tiempo. “Duoc UC ha sido una cuna de aprendizaje y he seguido acá porque me encanta el proyecto, porque nos ha permitido sacar a los chiquillos de un contexto, a veces socialmente muy precario, para darles una formación que les permita continuar en la educación superior”, recalca.

Su partida de Duoc UC no es, sin embargo, el fin de su carrera. En ciernes está la idea de radicarse con su mujer, también profesora, en la Región de los Lagos. “Mi proyecto es instalarme con mi familia en Hornopirén, al sur de Puerto Montt, para entregar de manera voluntaria lo que he aprendido a las escuelas rurales del sector”, confiesa con orgullo y con la humildad suficiente de quien sabe que la vida le depara aún mucho que aprender.

“Me han hecho muchos homenajes y no sé si soy digno de ellos, porque soy yo quien está contento y orgulloso de esta Institución y me da mucha pena partir, pero uno cumple ciclos y cada nueva etapa hay que vivirla con los pies en la tierra y los ojos mirando al cielo”, finaliza Marcos Flores.